POEMAS SILVANA TOBÓN CARDONA
SOY
Para los alarifes del cemento,
soy un estorbo que frena
el tamaño mineral de su premisa,
una extraña en el lugar equivocado;
sus amenazas de muerte me persiguen.
Pero soy más que una voz que ensordece
en la agitada ceremonia de las calles.
Soy testigo de la noche que avanza con el miedo,
de transeúntes perdidos en su sombra.
Y también soy testigo de mis floridos reclamos
que ululan la presencia de otros cuerpos.
Soy un punto para atar el nudo corredizo
y columpiarse en los espejos del viento.
Soy escombro y ceniza que el tiempo convierte en su liturgia.
Soy la dicotomía que humedece el perdón de la hostia,
mientras el corazón hierve de guerra.
Soy la voz de los espejos que repiten la luz de la memoria.
Soy los labios de la rosa que arden en las páginas vacías de la
penumbra.
Soy el pájaro que deja sus alas en los bosques de nubes.
Soy la roca donde el pez se cristaliza antes de beber las
últimas gotas del río.
Soy el trapecio de la lluvia donde el relámpago cuelga sus secretos.
Soy el relincho de la hierba cuando el jinete vuelve a su caballo.
Soy la vigilia de la aldaba cuando la puerta recibe los golpes de la luz.
Soy el aire que reescribe el ritornelo de la canción que viaja
en las ranuras del tiempo.
Soy el carbón que deja el relámpago.
Soy tormenta.
Soy alegoría y llanto.
Soy las caricias y los besos
que han dejado sus cantos en los nudos de la piel.
Soy el puente invisible
donde la noche cruza para alcanzar el día.
Soy el recuerdo y la lechuza y los lobos en el bosque
y las aves incontables…
Soy la ruta que el dolor
todavía no ha recorrido.
ESTE DOLOR ES MÍO
Pesada es la carga de la verdad inoportuna;
no todos pueden soportarla,
pero me doy el gusto de elegir
por dónde sangrar
y cuándo huir.
Ningún cuerpo es madriguera
de la infamia del guerrero,
pero la zozobra multiplica los ojos
en los espejos del temor que me persiguen,
encontrando el reflejo de las propias heridas.
Me alejo del rojo pendular de la mecedora,
donde descansa una mujer parecida a mí.
Ahora, cuando parece que nada sucede,
quedo atrapada en los pilares desolados
de esta noche que se derrama en mis ojos.
Ya casi sombra,
la penumbra es roca que tropieza con el cuerpo.
Llueve sobre mí un invierno de dolor,
convirtiéndome en abismo.
El ruido de unos pasos busca mi puerta
para que no pueda ocultar lo inevitable.
Negarse tiene el costo que el milagro desconoce
cuando esta guerra reduce el territorio
solo al tamaño de mis pies,
custodiando las riberas del insomnio.
Ya sospecho que pronto no habrá luz en mi piel.
Mi epitafio vendrá en la esquiva mirada de otro sueño.
Mis frutos serán invisibles racimos
en algún ojal de la memoria,
y mi hamaca, fértil al cortejo vegetal,
seguirá atada al viento de otros árboles.
EL SILENCIO DE LA VERDAD
Esta guerra camina en las sombras
y nadie la escucha,
sus pasos son ecos que se apagan
antes de llegar al oído.
Las calles gritan, pero no hay voces,
solo murmullos en el cuerpo
cuando el engaño que se vierte
como agua en una copa rota.
Hoy, el sol brilla pero no calienta,
la tierra respira sin saber que duele.
la indiferencia es un veneno que se disfraza de olvido,
y la memoria se disuelve
como un eco en la niebla.
Cada rostro que se apaga
es solo una palabra que nunca llegamos a decir.
Nos dicen que todo está bien,
que la guerra terminó,
pero el polvo sigue cayendo
sobre los muertos que no tienen nombre.
Nos hablan de futuro,
pero se olvidan de los cuerpos
que aún están enterrados
en los rincones donde nadie mira.
Y tú,
que ves y no ves,
que hueles y no adviertes,
¿dónde te escondes cuando el dolor
se hace carne, se hace ciudad,
se hace grito
en las manos de quienes no tienen rostro?
¿Acaso no sientes el peso
de los que caminan sin sombra,
de los que ya no saben si son
sólo espectros en el aire?
Nos decían que no sabíamos,
pero intuimos en cada rincón de la piel
que la guerra estaba aquí,
en el ruido que no se apaga,
en las huellas que no se borran.
Nos hicieron creer que el olvido
era el refugio,
pero es un campo minado
donde cada paso deja una herida que no sana.
Y el mundo sigue mirando
hacia otro lado.
Ciega los ojos,
cierra el alma,
y cree en las mentiras
que nos venden como certezas.
Pero el viento no abandona,
lleva las voces de los que caen,
de los que nunca volvieron.
El viento sigue gritando
y tú sigues sordo
a la verdad que nos consume.
Así es la guerra,
y así es el olvido:
se vuelve cómplice del silencio
y crece,
como una sombra que no se va,
como el miedo que nunca otorga,
pero que todos sentimos
en cada paso que damos
en esta tierra que aún sangra
y no se atreve a sanar.
Silvana Tobón Cardona (1980) es historiadora, gestora cultural e investigadora. Como escritora, desarrolla una obra donde entrelaza la palabra poética con la memoria colectiva, defendiendo la subjetividad como un acto político. Su trayectoria, reconocida internacionalmente con distinciones como el Premio Memoria V y un reconocimiento a la trayectoria cultural en España, se articula alrededor de ejes como el dolor como lenguaje político, el cuerpo como archivo de memoria y la escritura como cartografía de identidades colectivas. Su poemario más reciente, "Este dolor es mío" (2024-2025), publicado en Colombia y España, es un manifiesto contra la deshumanización que convierte el dolor personal en una geografía compartida.