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Reinaldo Liévano

Colombia
18 de abril de 2024 por
Reinaldo Liévano
fundacioncantemos@gmail.com
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María Luisa

María Luisa adoraba columpiarse en el balancín del patio trasero. Siempre le acompañaba su osito de peluche, tan feo como ella misma, por el cual hacía berrinches cada vez que lo perdía. En aquel entonces, mamá ganaba la vida lavando y planchando ropa, lo cual enfurecía a María Luisa. La ropa tendida en el patio era un obstáculo para sus juegos matutinos y dificultaba su balanceo. Un día, para sorpresa de todos en casa, María Luisa desapareció. Papá estaba furioso, mamá al borde de un ataque de nervios y yo, molesto, ya que con tanto alboroto era difícil concentrarse en mis tareas. Lo admito, María Luisa no me agradaba para nada; la veía como una niña tonta y sin gracia. No entendía por qué recibía tantos mimos y cuidados.

 

Papá pasó todo el día buscándola por el barrio: parques, tiendas, casas de vecinos, escuelas, por todas partes. Regresó a casa exhausto, con la garganta seca y los ojos llorosos. Mamá lloraba desconsoladamente, sumiendo la casa en una penumbra negra y opresiva. Hablaba de raptores, asesinos, violadores, trata de personas, brujas y duendes. Finalmente, papá, cansado de tanto alboroto, la calló de un bofetón. Quedé perplejo, nunca había visto a papá así, pero su enojo surtió efecto: mamá se calmó, se sentó en el sofá y contuvo sus sollozos.

 

Papá continuó buscando en casa, mientras mamá permanecía en silencio. Yo colaboraba para no parecer un niño despiadado, un mal hermano, un corazón de piedra. Luego, empezó a llover intensamente. Mamá me tomó de las orejas y me llevó al patio. Juntos retiramos la ropa tendida: sábanas, fundas, medias, pantalones, todo. Estábamos a punto de terminar cuando la vimos a ella, con su osito de peluche, colgando en el aire como un trapo, meciéndose al azar. María Luisa estaba radiante, con su sonrisa habitual, sumida en un sueño tranquilo. Mamá la bajó cuidadosamente, la arropó y la puso en el sofá antes de correr a contarle a papá la buena noticia.

 

Yo me quedé allí, observándola, sin despegarle un ojo, sorprendido de ver que esa niña que me parecía tonta hubiese logrado una cosa tan extraordinaria. 

 

Reinaldo Liévano
fundacioncantemos@gmail.com 18 de abril de 2024
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